Las auras predicen la catástrofe. En tornado de símbolos el ojo del poeta se distrae y al regresar ha perdido la imagen pero no el recuerdo, ni el miedo, ni la vibración. Piensa en su ciudad, en la ironía, en la necesidad de medir y valorar todo, en cómo todo es nada y cómo nada es perfecto sin medidas ni valoraciones.
Días después el poeta, olvidada su reflexión, mide y valora con estridentes aires sabiondos. Le da a la coquetería, a la vanidad. Cambia su pupila atenta al vuelo de las auras por una pesantez exhorbitante parecida a un deseo mendigo y acuoso como el hambre. Ha decidido no ver. Cambia la profecía por placer ilusorio como quien cambia una daga por sedosas mantas. Está perdido el poeta, lo estuvo desde el principio porque desde entonces, sin saberlo, decidió no ver.